Be Water, My Friend

De un tiempo a esta parte el SOE parece el Toy’s ar us, ese rincón mágico del centro comercial por el que las mentes infantiles corretean ilusionadas y los adultos deambulan con cara de resignación, conscientes de que van a acabar pagando 59,95 iva incluido por un puto trozo de plástico del que el crío se olvidará en dos días, en cuanto se de cuenta de que no vale para nada.

  La nueva estrella de la tienda es el último modelo de Barbie, claro: no iba a ser un tablero de ajedrez. Pero una barbi versión española, que la E del PSOE es de español, aunque la O parezca cachondeo. Iban a llamarla Mariquita Pérez, porque la nostalgia siempre vende, pero se dieron cuenta a tiempo de que era un nombre políticamente incorrecto (no Pérez, claro, sino Mariquita, que ahora tendría que llamarse Gay Homosexual Pérez, nombre con poco tirón comercial). Al final la llamaron Susi.

  El cómo y por qué, nadie lo sabe. Su sistema de propulsión silenciosa deja en ridículo al Octubre Rojo. Lo que hace un par de días era una anónima lámina de plástico en el almacén de una fábrica china ahora ocupa el lugar principal en el escaparate, gracias a la magia del capitalismo, las peculiaridades de la cadena de montaje y a algún experto en marqueting de cuyo nombre no quiero acordarme. Se ve que al hombre le gustan las muñecas.

  El caso, como no podía ser de otra forma, es que como toda buena barbi, esta también viene con muñeco ken incorporado. Y si la barbi española era Mariquita Pérez, es lógico que el Ken sea Pedro Sánchez. O Pdr Snchz, por si el nombre original es demasiado largo y complicado para sus admiradoras.



  El muñeco no solo es mono… es moniiiiiiísimo. Y con materiales de primera calidad. El pelo, por ejemplo, está hecho de un compuesto revolucionario (algún derivado del grafeno, supongo). En general es negro y brillante, con reflejos. Pero a veces, sobre todo después de una asamblea de varios días o de un viaje largo para defender los intereses de ESPAÑA, parece como más gris, apagado, con alguna que otra canita homogéneamente distribuida que le da un aspecto de cansado, de haber trabajado mucho.

  Y es que el muñeco Ken puede parecer más joven o más viejo, más informal o más serio, más gay o más hetero… lo que sea necesario para colmar la fantasía de la mente infantil del momento. Plástico del bueno, adaptable a la situación que haga falta.

  Recuerdo haber seguido sin mucho interés el proceso de primarias. Me daba igual si los pesoístas elegían al guapito desconocido apoyado por la barbi, al viejo del que ya nadie se acordaba o al otro al que algunos atribuían una sabiduría universal por haber sido victima de un atentado. Y salió el guapito, el desconocido. Los pesoístas volvieron a elegir a alguien que no conocían porque a los otros sí los conocían y no los querían elegir.

  Vi a ratos su discurso de investidura. Conste que no fue culpa mía. Era verano, finales de julio si no recuerdo mal, y aprovechando que yo estaba de vacaciones, mi tío, como de costumbre, me había pedido que le formateara el ordenador que le funcionaba de pena por vete tú a saber qué extrañas infecciones. El caso es que estaba en el salón, ocupando por completo un sofá de tres plazas, ignorando las maravillas de la nueva versión de windows mientras la barra de progreso se iba llenando y haciendo zapping en un intento sobrehumano de esquivar los anuncios, los culebrones y Sálvame.

  Y lo que vi fue… ¡Increíble! El tío parecía un político total, capaz de hilar una tras otra una interminable retahíla de frases hechas. Su discurso de investidura podría numerarse en versículos, como la Biblia. Cada cosa que decía podía cogerse por separado y tener sentido por sí mismo, como un eslogan, sin ninguna necesidad de conocer el contexto. Porque contexto, lo que se dice contexto, no había mucho.

  Lo que más me moló fue su eslogan. No estoy seguro de si se debería calificar de paradójico o de irónico, pero su eslogan era “no hay eslóganes”. Lo dijo así, sin despeinarse (por supuesto), con el rostro ligeramente cansado y el pelo con un brillo gris adecuado para la ocasión.

  En los días siguientes empezaron a aparecer sus propuestas y su equipo de colaboradores, o gabinete, o pandilla o como quieras llamarlo.

  De sus propuestas poco que decir. Añade la paz mundial y obtienes la lista de respuestas de un concurso de misses.

  Su equipo parecía un tablero del “¿Quién es quién?”. En serio. Buscad la foto del equipo al completo en Google. Mitad hombres, mitad mujeres. De todas las edades, entre los veinte-pico y los sesenta y tantos. Rubios y rubias, morenos y morenas, pelirrojos y pelirrojas, castaños y castañas, con entradas, con muchas entradas, con muchísimas entradas y el pobre Zerolo, que además aporta su granito de arena en el cupo gay.

  ¿Os acordáis de los grupos para niñatas adolescentes de mediados de los noventa? Los productores musicales siguen creándolos hoy en día, por supuesto, pero ya no son tan descaradamente evidentes como antes. Pensad en las Spicegirls: la pija, la deportista, la princesita, el putón y la negra. O dicho de otra forma: la morena, la castaña, la rubia, la pelirroja y la negra, que repite. Y los BackStreetboys: sensible, motero, artista bohemio, chico de coro y amiguito confidente.  Y de nuevo: un rubio, un pelirrojo, un castaño, un moreno y un latino. Se les pasó el meter un negro.

  El tema es contentar a todo el mundo. Adaptarse a lo que sea. Da igual que el grupo sea imposible. Da igual que en la vida real los moteros suelan ser amigos de moteros y los putones verbeneros no se junten con las pijas. Da igual que los grupos de verdad como los Rollings o ACDC los formaran chavales con edades parecidas y gustos parecidos que empezaran en un garaje. De lo que se trata es de que cada mente pre-adolescente a la que va dirigido el nuevo grupo encuentre algo acorde a sus gustos. Es puro marketing, y Pedrito ha demostrado haber leído un par de libros de autoayuda al respecto. 

  Todo pintaba bien, pero llegaron los problemas. En verano todo eran felicitaciones y palmaditas en la espalda al nuevo líder, pero llegó septiembre y los cabrones de las encuestas volvieron de vacaciones. Y resulta –fíjate tú, ¿quién se lo iba a esperar?- que el partido de perroflautas que ya había dado la campanada en las europeas estaba justo, justito, respirándole en la nuca a Pedrito, y subiendo.

  Entonces empezó el ataque a ese partido populista de cuyo nombre no quiso acordarse, porque seguramente en alguno de sus libros de autoayuda indicaba que si le pones nombre a tu miedo lo vuelves real. Es la misma táctica de Mariano cuando hablaba de “esa persona en concreto por la que usted me está preguntando” en lugar de decir Rato. Porque una palabra llana de dos sílabas es demasiado complicada para nuestro presidente del Gobierno.

  Pedro no quería hablar de Podemos, pero irónicamente hablaba a todas horas; a veces, porque le preguntaban; otras, sin venir a cuento, en plan: “me alegra que me pregunte por el fomento del empleo, porque es un tema del que los populistas hablan mucho pero sin medidas concretas”.

  Porque esa es la palabra: Populismo. La emplea el tío que lo primero que hizo fue llama a Sálvame. El que jugó delante de la prensa un partido de baloncesto en silla de ruedas. El que hizo una entrevista mientras escalaba un generador eólico. Manda huevos, Federico. Como con lo de “no hay eslóganes”, no se sí lo de populismo es ironía o puro cachondeo.

  Porque lo cierto es que Podemos ha jodido a Pdr Snchz, y lo ha jodido bien. Le ha obligado a cambiar de estrategia. Cuando se presentó pensaba que con no hacer nada y no molestar a nadie ganaba de calle a Mariano. Y seguro que no le faltaba razón. Pero llega un piojoso con coletas y piercing que no es ni la mitad de guapo que él y se cree con derecho a meterse en asuntos de pareja. Y ahora el pobre Pedro no sabe que hacer, porque pensar hace que te salgan arrugas.

  Así es el candidato, el nuevo líder bendecido por Susi. Por alguna extraña razón, cuando pienso en Pedro me acuerdo de Bruce Lee. No por la espectacularidad de sus movimientos. No por su capacidad combativa. Me acuerdo del anuncio de hace unos años, ese en blanco y negro en el que salía en una entrevista en plan filósofo. Ese de: “el agua no tiene forma. Pon agua en una botella y será la botella. Pon agua en un vaso y será el vaso”. Porque lo único cierto es que el agua humedece. No tiene forma ni consistencia. Es incolora, inodora, insabora e insípida. Se mezcla con lo que sea y lo rebaja. Porque es como el agua. Por eso, Pedrito: Be water, mi friend.

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