Be Water, My Friend

De un tiempo a esta parte el SOE parece el Toy’s ar us, ese rincón mágico del centro comercial por el que las mentes infantiles corretean ilusionadas y los adultos deambulan con cara de resignación, conscientes de que van a acabar pagando 59,95 iva incluido por un puto trozo de plástico del que el crío se olvidará en dos días, en cuanto se de cuenta de que no vale para nada.

  La nueva estrella de la tienda es el último modelo de Barbie, claro: no iba a ser un tablero de ajedrez. Pero una barbi versión española, que la E del PSOE es de español, aunque la O parezca cachondeo. Iban a llamarla Mariquita Pérez, porque la nostalgia siempre vende, pero se dieron cuenta a tiempo de que era un nombre políticamente incorrecto (no Pérez, claro, sino Mariquita, que ahora tendría que llamarse Gay Homosexual Pérez, nombre con poco tirón comercial). Al final la llamaron Susi.

  El cómo y por qué, nadie lo sabe. Su sistema de propulsión silenciosa deja en ridículo al Octubre Rojo. Lo que hace un par de días era una anónima lámina de plástico en el almacén de una fábrica china ahora ocupa el lugar principal en el escaparate, gracias a la magia del capitalismo, las peculiaridades de la cadena de montaje y a algún experto en marqueting de cuyo nombre no quiero acordarme. Se ve que al hombre le gustan las muñecas.

  El caso, como no podía ser de otra forma, es que como toda buena barbi, esta también viene con muñeco ken incorporado. Y si la barbi española era Mariquita Pérez, es lógico que el Ken sea Pedro Sánchez. O Pdr Snchz, por si el nombre original es demasiado largo y complicado para sus admiradoras.



  El muñeco no solo es mono… es moniiiiiiísimo. Y con materiales de primera calidad. El pelo, por ejemplo, está hecho de un compuesto revolucionario (algún derivado del grafeno, supongo). En general es negro y brillante, con reflejos. Pero a veces, sobre todo después de una asamblea de varios días o de un viaje largo para defender los intereses de ESPAÑA, parece como más gris, apagado, con alguna que otra canita homogéneamente distribuida que le da un aspecto de cansado, de haber trabajado mucho.

  Y es que el muñeco Ken puede parecer más joven o más viejo, más informal o más serio, más gay o más hetero… lo que sea necesario para colmar la fantasía de la mente infantil del momento. Plástico del bueno, adaptable a la situación que haga falta.

  Recuerdo haber seguido sin mucho interés el proceso de primarias. Me daba igual si los pesoístas elegían al guapito desconocido apoyado por la barbi, al viejo del que ya nadie se acordaba o al otro al que algunos atribuían una sabiduría universal por haber sido victima de un atentado. Y salió el guapito, el desconocido. Los pesoístas volvieron a elegir a alguien que no conocían porque a los otros sí los conocían y no los querían elegir.

  Vi a ratos su discurso de investidura. Conste que no fue culpa mía. Era verano, finales de julio si no recuerdo mal, y aprovechando que yo estaba de vacaciones, mi tío, como de costumbre, me había pedido que le formateara el ordenador que le funcionaba de pena por vete tú a saber qué extrañas infecciones. El caso es que estaba en el salón, ocupando por completo un sofá de tres plazas, ignorando las maravillas de la nueva versión de windows mientras la barra de progreso se iba llenando y haciendo zapping en un intento sobrehumano de esquivar los anuncios, los culebrones y Sálvame.

  Y lo que vi fue… ¡Increíble! El tío parecía un político total, capaz de hilar una tras otra una interminable retahíla de frases hechas. Su discurso de investidura podría numerarse en versículos, como la Biblia. Cada cosa que decía podía cogerse por separado y tener sentido por sí mismo, como un eslogan, sin ninguna necesidad de conocer el contexto. Porque contexto, lo que se dice contexto, no había mucho.

  Lo que más me moló fue su eslogan. No estoy seguro de si se debería calificar de paradójico o de irónico, pero su eslogan era “no hay eslóganes”. Lo dijo así, sin despeinarse (por supuesto), con el rostro ligeramente cansado y el pelo con un brillo gris adecuado para la ocasión.

  En los días siguientes empezaron a aparecer sus propuestas y su equipo de colaboradores, o gabinete, o pandilla o como quieras llamarlo.

  De sus propuestas poco que decir. Añade la paz mundial y obtienes la lista de respuestas de un concurso de misses.

  Su equipo parecía un tablero del “¿Quién es quién?”. En serio. Buscad la foto del equipo al completo en Google. Mitad hombres, mitad mujeres. De todas las edades, entre los veinte-pico y los sesenta y tantos. Rubios y rubias, morenos y morenas, pelirrojos y pelirrojas, castaños y castañas, con entradas, con muchas entradas, con muchísimas entradas y el pobre Zerolo, que además aporta su granito de arena en el cupo gay.

  ¿Os acordáis de los grupos para niñatas adolescentes de mediados de los noventa? Los productores musicales siguen creándolos hoy en día, por supuesto, pero ya no son tan descaradamente evidentes como antes. Pensad en las Spicegirls: la pija, la deportista, la princesita, el putón y la negra. O dicho de otra forma: la morena, la castaña, la rubia, la pelirroja y la negra, que repite. Y los BackStreetboys: sensible, motero, artista bohemio, chico de coro y amiguito confidente.  Y de nuevo: un rubio, un pelirrojo, un castaño, un moreno y un latino. Se les pasó el meter un negro.

  El tema es contentar a todo el mundo. Adaptarse a lo que sea. Da igual que el grupo sea imposible. Da igual que en la vida real los moteros suelan ser amigos de moteros y los putones verbeneros no se junten con las pijas. Da igual que los grupos de verdad como los Rollings o ACDC los formaran chavales con edades parecidas y gustos parecidos que empezaran en un garaje. De lo que se trata es de que cada mente pre-adolescente a la que va dirigido el nuevo grupo encuentre algo acorde a sus gustos. Es puro marketing, y Pedrito ha demostrado haber leído un par de libros de autoayuda al respecto. 

  Todo pintaba bien, pero llegaron los problemas. En verano todo eran felicitaciones y palmaditas en la espalda al nuevo líder, pero llegó septiembre y los cabrones de las encuestas volvieron de vacaciones. Y resulta –fíjate tú, ¿quién se lo iba a esperar?- que el partido de perroflautas que ya había dado la campanada en las europeas estaba justo, justito, respirándole en la nuca a Pedrito, y subiendo.

  Entonces empezó el ataque a ese partido populista de cuyo nombre no quiso acordarse, porque seguramente en alguno de sus libros de autoayuda indicaba que si le pones nombre a tu miedo lo vuelves real. Es la misma táctica de Mariano cuando hablaba de “esa persona en concreto por la que usted me está preguntando” en lugar de decir Rato. Porque una palabra llana de dos sílabas es demasiado complicada para nuestro presidente del Gobierno.

  Pedro no quería hablar de Podemos, pero irónicamente hablaba a todas horas; a veces, porque le preguntaban; otras, sin venir a cuento, en plan: “me alegra que me pregunte por el fomento del empleo, porque es un tema del que los populistas hablan mucho pero sin medidas concretas”.

  Porque esa es la palabra: Populismo. La emplea el tío que lo primero que hizo fue llama a Sálvame. El que jugó delante de la prensa un partido de baloncesto en silla de ruedas. El que hizo una entrevista mientras escalaba un generador eólico. Manda huevos, Federico. Como con lo de “no hay eslóganes”, no se sí lo de populismo es ironía o puro cachondeo.

  Porque lo cierto es que Podemos ha jodido a Pdr Snchz, y lo ha jodido bien. Le ha obligado a cambiar de estrategia. Cuando se presentó pensaba que con no hacer nada y no molestar a nadie ganaba de calle a Mariano. Y seguro que no le faltaba razón. Pero llega un piojoso con coletas y piercing que no es ni la mitad de guapo que él y se cree con derecho a meterse en asuntos de pareja. Y ahora el pobre Pedro no sabe que hacer, porque pensar hace que te salgan arrugas.

  Así es el candidato, el nuevo líder bendecido por Susi. Por alguna extraña razón, cuando pienso en Pedro me acuerdo de Bruce Lee. No por la espectacularidad de sus movimientos. No por su capacidad combativa. Me acuerdo del anuncio de hace unos años, ese en blanco y negro en el que salía en una entrevista en plan filósofo. Ese de: “el agua no tiene forma. Pon agua en una botella y será la botella. Pon agua en un vaso y será el vaso”. Porque lo único cierto es que el agua humedece. No tiene forma ni consistencia. Es incolora, inodora, insabora e insípida. Se mezcla con lo que sea y lo rebaja. Porque es como el agua. Por eso, Pedrito: Be water, mi friend.

Living Venezuela

No tenéis ni idea. Vosotros, con vuestra ilusa creencia de vivir en un paraíso europeo de democracia y bienestar, realmente creéis comprender lo mal que se vive en un estado totalitario de políticos corruptos y plebe inculta que bala lastimosa cual borregos bien esquilados.

  En este país lamentable en el que por desgracia me ha tocado nacer se roba al trabajador honrado el 60% de su sueldo entre impuestos directos, indirectos, tasas, cánones, peajes, derechos de sucesión y una larga, inmensa, retahíla de cultísimos vocablos. Los esquimales tienen unas cien palabras distintas para designar a la nieve, y la Hacienda Pública algunas más para el fino arte de desangrar al currito. ¿Y para qué? Para nada. Para unos servicios públicos de ínfima calidad por obra y gracia de asquerosos políticos. Pagamos como un finlandés para tener los servicios de un chino. Y si no te gusta, más te vale quedarte calladito, hacer cola y presentar tus quejas en la ventanilla B2, previo pago de las tasas correspondiente. Rellenando el impreso por triplicado y, eso sí, en papel de calidad, para que a la ilustrísima y excelentísima defensora del pueblo –marquesa de toda la vida, para más recochineo- le sea cómodo limpiarse el culo.

  Vosotros tampoco parecéis conocer las expropiaciones forzosas, la sanidad en decadencia, la educación politizada –que si no está en decadencia es porque siempre ha sido de las peores del continente- la brutalidad policial y las torturas habituales de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado.

  Yo sí lo conozco. Lo he vivido desde que tengo memoria, de una etapa de pobreza y miseria a otra, de una crisis a la siguiente, con algunos años intermedios regulares, que nunca buenos, en los que por momentos llegamos a pensar que estábamos bien por el simple hecho de no tener el agua al cuello.

  La época de Chaves empezó unos pocos años después de mi nacimiento. He tenido que soportar tres décadas de gobierno del chavismo y sus sucesores. Sé que algunos me diréis sólo gobernó catorce años y que se escribe con z… pero es que no hablo de Hugo, sino de Manolito. Ya sabéis, el presidente autonómico implicado en un escándalo de corrupción. No el gallego amigo de los narcos, ni el Yoda catalán, ni el del aeropuerto sin aviones, ni el de los trajes, ni el del Palmarena, ni el ligero de cascos, ni la secretaria general, ni el que tenía una hija de cuatro años con una hipoteca de dos millones, ni la conductora suicida del tamayazo que iba regalando hospitales –otra marquesa, para más INRI-. No. Me refiero al Chaves que a finales de los noventa hacía viajes a Venezuela y cantaba rancheras a coro con el otro Chávez mientras ambos se palmeaban la espalda subidos en la trasera de una camioneta y bromeaban sobre que el apellido de uno terminaba con ese y en su tierra lo pronunciaban con zeta mientras que el del otro terminaba con zeta y en su tierra lo pronunciaban con ese.

  Aquel era el Chávez “bueno”, al que muchos jóvenes idealistas, perroflautas de pelo largo y camisa del alcampo, aun defienden aunque les lluevan hostias por todos lados por hacerlo. Y lo cierto es que la estadística le apoya. Más allá de las apreciaciones políticas, los datos que miden el bienestar en un país (esperanza de vida, mortalidad infantil, índice de alfabetización, de criminalidad, …) mejoraron enormemente con ese terrible chavísmo que ahora tantos critican. Y ojo, que son datos oficiales, de los observadores de la O.N.U., no auto-propaganda del régimen.

  También hubo un Chávez “malo”, claro; un punto de inflexión que curiosamente pareció coincidir con el intento de golpe de estado en Venezuela, ese que nuestro tan democrático gobierno del pueblo, o popular, se apresuró a aplaudir con las orejas. Porque, según parece, los terribles dictadores y tiranos sólo lo son cuando tienen el signo político contrario.

  Vivir en un país comunista es malo. Terrible. La mayor de las tragedias. Os lo digo yo, que vivo en un país con un gobierno comunista, pero comunista decente, comunista de derechas. Porque no es lo mismo decir que toda la riqueza del estado es de la gente que decir que toda la riqueza del estado es de “nuestra” gente. Porque no es lo mismo conseguirle un trabajo a todo el mundo que conseguírselo a todos los del partido. Porque si hay que soltarle 2000 milloncejos a nuestro amigo Floren mientras un montón de pordioseros no pueden darle de cenar a sus hijos, pues se le sueltan, caray. Si querían tener hijos, que hubiesen nacido con contactos.

  Y es que algunos se creen que porque han estudiado son alguien, que por ser médicos o ingenieros mientras la mayoría de los ministros no saben hacer la O con un canuto tienen derecho a existir. Lo único que hacen esos perro-flautas es demostrar su ignorancia. Que otra cosa no, pero los ministros, de canutos, entienden un rato.

  Al final, los obispos van a tener razón. La educación debería ser sólo para los muchachos de familia bien. Dársela a los pobres es tirar ostras a los cerdos. Que luego se creen con derecho a dejar de ser pobres y te montan protestas porque hay cincuenta alumnos en una clase. ¡Mentira! La última vez que entré en una clase de religión en un colegio público, sólo había cuatro.

  Recuerdo hace unos meses a un montón de gente con camisetas verdes exigiendo (¡exigiendo!) una educación de calidad. Incluso hubo altercados violentos entre grupos de antidisturbios con ganas de marcha y grupos organizados de estudiantes y profesores. Por supuesto, todas las instituciones condenaron la conducta de los manifestantes. Toda televisión y periódico, en un claro ejemplo de objetividad periodística, se hizo eco de la opinión de su gobierno.

  Lo irónico del caso es que apenas unas semanas después estallaron unas protesta similares en Venezuela. Similares, que no idénticas. Puede que los videos que mostraban las televisiones fueran calcados. Puede que fuera imposible distinguir los sucesos en Madrid y en Caracas. Puede que cualquier persona racional llegase a la conclusión de que eran exactamente lo mismo, pero no lo eran. Porque los estudiantes venezolanos eran luchadores por la libertad contra un gobierno comunista opresor y los estudiantes españoles eran antisistemas pro-etarras. Pro-etarras nacidos en Cádiz, en Madrid o en Soria, pero aberchales al fin y al cabo.

  Una pregunta. Entre Venezuela y España, ¿sabéis cuál es el país con el mayor ratio de policías por habitante de su continente? Una pista: lo es incluso sin tener en cuenta a la guardia civil. Seguro que lo habéis acertado. Más del doble de policías que en Francia. Muchos más que en la muy comunista Rusia. Claro que es normal, en un país con 33 millones de proetarras en potencia empeñados en tener derechos. El gobierno, en su sabiduría, ha sabido sacarse de la manga una ley mordaza para que su ejercito privado de antidisturbios pueda protegerles repartiendo estopa como es debido sin temor a nimiedades constitucionales. Chávez nunca se habría atrevido a semejante barbaridad, pero porque era un cobarde comunista que no distinguiría una democracia como Dios manda aunque viviera en ella.

  Lo que sí sabía Chávez era expropiar. ¡Expropiese!, decía mientras señalaba con el dedo el local en el que quería que se instalara el nuevo centro social. Recuerdo bien esa noticia. Al día siguiente oí comentarla a unos paisanos mientras tomaba café en uno de los diversos bares de mi calle. Mostraban su justa indignación por las maneras del panchito, por el dedo arrogante señalando la propiedad privada. Me hizo gracia su enfado. Recuerdo haber recordado en ese momento otra noticia que había visto la semana anterior, en telecinco; ya sabéis, en esa sección del telediario de la noche que convierte en noticias las tragedias humanas. Creo que era en una ciudad de la costa levantina, aunque no lo recuerdo bien. Lo que sí recuerdo es la cantidad: 10500 euros. Era lo que una anciana con lágrimas en los ojos iba a recibir a cambio de que le quitasen su casa de toda la vida. Una casa estrecha, de dos pisos, encalada en blanco con desconchones, que parecía vieja pero perfectamente habitable. Esa casa, junto a una docena de viviendas cercanas, iba a ser expropiadas a la fuerza y derribada porque el ayuntamiento consideraba de interés general demoler una vieja barriada obrera para que se construyeran dos chalés de lujo.

  Porque así es como se hacen las cosas bien hechas: el de la inmobiliaria le desliza un sobre al concejal de urbanismo, el ayuntamiento lanza un edicto y con la sentencia y todos los papeles en regla los zarrapastrosos acaban en la calle con una mano delante y otra detrás, después de que se lo hayan robado todo. Pero democráticamente, no como un vulgar dictador sudaca, o lo que sea.

  Porque lo cierto es que Venezuela es un lugar jodido o, como dirían los expertos, una democracia de bajo nivel. Lo es con Maduro, lo era con Chávez y, sobre todo, lo era antes de Chávez. Chávez no es la serpiente en el paraíso venezolano, porque Venezuela nunca fue un paraíso. Era uno de los lugares más brutales de Sudamérica, con una criminalidad y un nivel de corrupción absurdamente disparatados, con unas desigualdades sociales sangrantes donde reinaba el analfabetismo y la falta de sanidad. Aunque en política no se estile eso de tener memoria, lo cierto es que con Chávez muchas cosas mejoraron, mientras que otras simplemente siguieron estando tan mal como siempre. No lo digo yo; son datos de la ONU.

  No es una defensa del chavismo. No me gusta. Me parecen una panda de políticos corruptos que no hacen más que exprimir a su pueblo. No. Esto es una crítica a los que critican la paja en el ojo ajeno. A los ciegos que se burlan de los miopes. Porque no hace falta cruzar los 6000 kilómetros del puñetero Atlántico para ver a brutales matones a sueldo del régimen apaleando a estudiantes que lucha por sus derechos. Porque que un camarero venezolano salga en la tele porque el pobre tuvo que emigrar a Madrid es grave, pero entra dentro de lo lógico. Lo jodido, lo realmente jodido, es que un licenciado español trabaje de camarero en Londres o Ámsterdam. Porque si nos jode que nos suban la edad de jubilación a 68 años, entonces, por pura coherencia, debe parecernos positivo el que el terrible dictador venezolano la bajara hasta los 58. Porque en Venezuela hay cartillas de razonamiento y en España no las hay, pero se necesitan. O no las había, porque a unos meses de las elecciones, en determinados sitio, como Valencia, decidieron que quizás sería buena idea empezar a repartirlas. Porque los almacenes de Caritas están vacíos y millones de niños sólo comían algo decente en los comedores escolares hasta que los cerraron porque daban mala imagen.
Porque de eso se trata: de imagen. No hay nada, NADA, de la terrible dictadura venezolana que no ocurra también en España. Pero las formas de los corruptos españoles son distintas, más sutiles, más disimuladas. Porque se puede señalar con el dedo o hacer un edicto en el ayuntamiento, pero el desahucio es el mismo. Porque Chávez daba la cara en un programa en directo mientras Rajao sólo hace ruedas de prensa simuladas, en diferido y con una barrera de plasma de por medio.

  Porque los pecados son los mismos, pero la maldad y la manipulación a la hora de ocultarlos son mucho mayores en nuestros corruptos que en los suyos. Chávez cerró una televisión y un diario. Cierto. Pero en España se han secuestrado revistas que molestaban a los poderes fácticos del estado. En España, los directores de los dos principales periódicos del país, dos moscas cojoneras revoloteando en la mierda del marrano, fueron destituidos apenas unos meses después de que llegara el nuevo gobierno. ¿Casualidad? Sí, claro.

  En España, las televisiones públicas son una puta vergüenza manipuladora, y las privadas reciben las amenazas, las presiones y los sobornos del tan democrático gobierno. Es así de sencillo. ¿Para que van a cerrar un periódico cuando pueden comprarlo con el dinero de tus impuestos? ¿Para qué cerrar una televisión cuando pueden hacer las leyes que les da la gana para amordazarla?

  Lo de Podemos es un buen ejemplo. El nivel de coordinación en la campaña publicitaria contra la nueva formación es un claro síntoma de que detrás hay una sola mente. Que a un partido novedoso, con una intención de voto por encima del 20%, sólo le de una cobertura medianamente decente una televisión aislada va contra toda lógica de los medios de comunicación independientes.

  Y encima, al Gobierno de la democracia le parece demasiado. Recuerdo a la lideresa popular, en una entrevista en Antena 3, criticando a José Manuel Lara por la cobertura que le daba a Podemos. Dijo, literalmente, que si seguía así se atuviera a las consecuencias. Dos días después, Lara estaba muerto. ¿Casualidad? Seguramente. Pero aún así da muy mal rollo.

  Esa es la realidad. Si Venezuela es una dictadura, ¿Qué es España? Por mucho que lo pienso, no encuentro nada terrible del país sudamericano que no pase ya aquí. Bueno, sí. Recuerdo que había una valerosa diputada que criticaba a Chávez y fue expulsada sin ninguna justificación del parlamento en el que democráticamente representaba a los ciudadanos de su país. Puede que la memoria me falle, pero creo que se llamaba Mónica Oltra.

No saben "gobernar"


No saben gobernar.

  Lo dicen, y lo repiten, una y mil veces, las que sean necesarias, con la esperanza no del todo infundada de que su mentira se convierta en verdad a base de aguijonear con ella la mente del rebaño. No es la primera vez que lo hacen, por supuesto. Repitiendo mentiras como un mantra han logrado que licenciados mileuristas que se alimentan de bocatas de mortadela crean que han vivido por encima de sus posibilidades.

  No saben gobernar… porque no lo han hecho nunca. Es la enésima mentira de los miserables y corruptos, ahora llamados casta; una palabra que ha calado hondo por la sencilla razón de que encaja perfectamente con los sentimientos de unos gobernados que ya están hasta los huevos. Es la trampa perfecta, la pescadilla que se muerde la cola: no pueden gobernar porque no saben; no saben porque nunca han gobernado. Por tanto, la única solución es el quítate tú pa ponerme yo de la casta, la perpetuación de la incompetencia crónica con la excusa patética del más vale malo conocido.

  Pero la realidad, por supuesto, es otra. La historia de la mal llamada democracia ha demostrado que hay muchos partidos que puede que no sepan gobernar, y dos que claramente no saben. Porque, con los que dicen saber gobernar, este país ha sufrido tres grandes crisis económicas en tres décadas. Con los que dicen saber gobernar, el paro medio ha sido de más del veinte por ciento (para el que ande mal de matemáticas, una de cada cinco personas que quiere trabajar). Con los que dicen saber gobernar, la educación se ha colocado a la cola de Europa, los pacientes se mueren gimoteando en una sala de espera y los medios de comunicación se han convertido en puñeteros panfletos publicitarios subvencionados con tus impuestos. O peor, con los míos. Esto es lo que han hecho los que dicen que saben. Que son los mismos que ahora dicen que los otros no saben.

  ¡Pero oye! A lo mejor no se refieren a las grandes ideas de gobierno, a esas cosas de las que se ocupan los gobernantes competentes de los países serios. A lo mejor se refieren a la organización de un país, al día a día. A lo mejor quieren darnos a entender que si se cuela un extraño en su merienda de negros los ancianos no cobraran sus pensiones, los escolares no darán sus clases de religión y los de tráfico no velaran por nuestra seguridad escondidos entre los arbustos con el radar en la mano.

  Yo creo que se refieren a eso. Creo que quieren hacernos creer que sin el ministro de turno elegido a dedo todo el castillo de naipes se desmoronaría. Pero mira por donde, yo mismo he hecho muchos castillos de naipes y precisamente la carta que menos daño hace al caer es la de la punta. Por mucho que se empeñen, nunca lograran convencerme de que si los hospitales han funcionado, mal que bien, ha sido gracias a Ana Mato. No dudo que la muchacha tenga sus talentos: puede que sea buena cocinera, quizá juegue bien al squack, y seguro que entiende de coches. Pero como ministra ha sido una auténtica mierda. Al igual que la inmensa mayoría de los otros ministros, secretarios, consejeros, delegados, consejeros-delegados, asesores y demás fanfarria de inútiles puesto a dedo por el único motivo de ser amigos, parientes o ambas cosas a la vez.

  Puede que me equivoque, por supuesto. Puede que el excelentísimo señor presidente actuara pensando únicamente en el bien de España y los españoles cuando su dedo infalible señaló a la señora ministra. Y puede que cuando la excelentísima señora ministra buscase entre los cuarenta y cinco millones de españoles a alguien que ocupase la secretaría de estado, descubriese por casualidad que la persona más capacitada era su amiga de infancia. Puede ser que esta gente sea la única que sepa gobernar, pero no.

  Y lo cierto es que tampoco importa. En el mundo real, por debajo del presidente, del ministro, del secretario de Estado, del consejero, del delegado, del consejero-delegado y del asesor, por debajo de todos ellos, hay un gerente o un director general o como quieras llamarlo, un currito funcionario de carrera que veinte años antes aprobó unas oposiciones y ha ido ascendiendo desde entonces, desde abajo, escalón a escalón, llegando a dirigir el organismo público de turno a base de conocer todos los niveles inferiores.

  Es este funcionario el que ve pasar un gobierno tras otro. Cuando cambia el gobierno, o cuando un nuevo ministro tiene que buscar acomodo a su cohorte de amigos, todos los que están por encima caen, pero el currito sigue en su despacho. Porque no lo pueden quitar. Porque es el que sabe como se hace el trabajo. Porque entre tanto pelota inútil hace falta alguien que, mal que bien, haga algo productivo. Porque esos curritos, los técnicos de carrera de los mal llamados organismos públicos, son los que en realidad gobiernan.

  Hace unos seis años hubo en Bélgica una crisis de gobierno. Sucesivas elecciones en pocos meses en las que ningún partido alcanzaba votos suficientes para gobernar y las posturas enfrentadas hacían imposible el acuerdo. Bélgica se quedó sin presidente, sin ministros, sin secretarios de estado, sin consejeros, delegados ni consejeros-delegados. Los técnicos de carrera que dirigían los ministerios llegaron un día a la oficina y se vieron sin nadie por encima. De pronto, no tenían a ningún secretario de estado proponiendo cosas absurdas para aparentar. De pronto, no había ministros con planes locos sugeridos por los directivos de la empresa en la que habían colocado a sus hijos. Un día, en Bélgica, los expertos pudieron hacer lo que les parecía más oportuno.

  Esa es la cuestión. Durante un par de años, al comienzo de la crisis económica mundial, los políticos profesionales dejaron de gobernar en Bélgica. ¿Qué fue del país sin los que “sabían gobernar”? ¿Se hundió en la más absoluta de las miserias? ¿Surgió el caos y la desesperación? ¿Los ciudadanos empezaron a correr enloquecidos por la calle arrancándose los ojos de las cuencas para no ver el final inevitable?

  Pues no. En realidad, sin gobierno, Bélgica fue el país europeo que mejor y más rápido superó la crisis. En cuanto desaparecieron los políticos, la recuperación pegó un brinco.

  En la podrida política tradicional, irónicamente, hay que rebajarse para llegar alto. Por eso, la inmensa mayoría de los políticos que gobiernan no saben gobernar. Muchos son inútiles que han ascendido en el escalafón de su partido lamiendo los culos necesarios. La gente útil y decente, la gente que en realidad vale, no suele rebajarse tanto y rara vez llega a puestos de importancia en los partidos tradicionales.

  Planteo una sencilla pregunta, un supuesto: ¿qué habría pasado de no haber tenido una ministra de sanidad servil con la Iglesia y deseosa de presumir de una eficiencia sanitaria que en realidad no tenemos en España? ¿Qué habría pasado de no existir el consejero de sanidad? ¿Qué habría ocurrido con la crisis del ébola si la decisión hubiera estado en manos de alguien que de verdad supiera lo que estaba haciendo? En mi opinión, nos habríamos ahorrado diez millones. Y no habría muerto el perro.

Anti-Sistema

Con treinta y pocos años puedo decir, como otros tantos de mi generación, que nací justo en medio de ese período difuso al que llaman la transición. Ya saben señores, esa etapa tan modélica, tan ejemplar, tan maravillosamente bien llevada por el camino de la ilusión y lo ilusorio… tan chachi y molona que parece un pecado contra el altísimo el que no se estudie en las escuelas suecas para que los bárbaros niños vikingos puedan apreciar lo que es en verdad una democracia.

  Ahora en serio: con treinta y pocos he vivido tres –no una ni dos, tres– grandes, brutales, crisis económicas. La más corta duró al menos cinco años. Queda por ver cuál es la más larga, por mucho que el bueno de Marrano, en el colmo de la originalidad, se empeñe en decirnos que España va bien.


  En este país, todo el que tenga menos de cuarenta ha vivido al menos la mitad de su vida en crisis económica. Todo el que tenga más de sesenta también. Ironías de la vida, unos y otros han visto a sus amigos y parientes, cuando no a sí mismos, rumbo a la misma Alemania que ahora nos pisa el cuello con el servil beneplácito de una pléyade de corruptos que sólo conocen dicho país por la sencilla razón de tener frontera con Suiza.

  Ojalá pudiera decir que los periodos entre una crisis y la siguiente fueron de bonanza, pero no. Recuerdo las congelaciones salariales, el desmantelamiento del tejido industrial, la venta de las empresas punteras a precio de saldo a los amiguetes en sucesivos expolios a golpe de stock-options que no hacían sino poner los cimientos para que la siguiente crisis fuese más dura que la anterior. Porque si ahora pagamos la electricidad tres veces más cara que hace quince años no es por la crisis actual, sino gracias a la época boyante que la precedió.

  En los momentos “buenos” el paro nunca bajó del doce o trece por ciento. El paro registrado, ojo, el de las estadísticas cocinadas a conciencia para que quede presentable una realidad de la que no convenía hablar. Eso era en los buenos tiempos. En los malos, rozaba el treinta. Haciendo un cálculo rápido, a lo largo de mi vida, el paro medio habrá estado en torno al veinte por ciento. ¡Veinte por ciento! Durante más de tres décadas de nuestro excelente sistema, una de cada cinco personas que querían trabajar no lograban hacerlo. Y la solución siempre era un eslogan, una frase hecha, una palabra mágica… Porque al fin y al cabo, ni lo ilustres líderes dan para más ni los borregos semi-analfabetos entienden los pensamientos complejos. Las palabras mágicas eran cosas como competitividad, flexibilidad laboral o formación… sobre todo, formación. Porque está claro que el cartero que se patea la calle arrastrando un carrito con las facturas de Endesa necesita un doctorado y tres idiomas para hacer bien su trabajo: con la licenciatura que tiene ahora y hablando inglés y francés no se llega a ninguna parte. Y por eso, porque la formación era la clave, nuestro país siempre ha estado a la cabeza y ha copado lo más alto del ranking educativo europeo.

  Personalmente, recuerdo haber comenzado mis estudios en EGB, haber cursado tercero y cuarto de eso y lo otro sin hacer antes primero y segundo. Por alguna razón que aun desconozco hice primero de esno y segundo de secundaria para empezar después una licenciatura que Pilar del Castillo convirtió en un nosequé para que después llegara Bolonia y la convirtiera primero en grado y después en un limbo de títulos perdidos que nueve años después dicen (¡dicen!) que van a convertir a golpe de decretazo en lo que debería haber sido desde el principio, eso sí, siguiendo el criterio que cada universidad decida. Cuando me preguntan digo que soy ingeniero, pero que conste que no lo tengo del todo claro...

  Nací en una época en la que, para que se viese lo moderno y democrático que era el país, cuando le daba la picada a algún alcalde, la policía cogía a todos los jóvenes melenudos y barbudos y punkys y hyppys y demás piojosos y los llevaban a pelarse por las buenas, salvo que tuvieran que pelarlos por las malas.

  Mi tío, en aquellos maravillosos años ochenta de la joven democracia, tenía barba. La sigue teniendo, por supuesto: no recuerdo haberle visto nunca sin ella. El caso es que alguna vez me ha contado una anécdota de la época, de una ocasión en que una de esas mujeres de mediana edad, señora en lo que se refiere a las apariencias, se puso a gritar “¡COMUNISTAS! ¡COMUNISTAS!” como una loca cuando lo vio a él y a un par de amigos aparecer paseando por la calle.

  Cuando me contaba la anécdota me parecía algo absurdo, una rémora de un pasado atrasado y cateto. Hay que joderse: ¿cuántas veces lo habré escuchado en este último año? El intento de mantener aborregado al rebaño a base de meter miedo con las mismas tácticas que empleaban con mi abuela sigue siendo el principal recurso a día de hoy. Uno podría pensar que después de treinta y tantos años esa gentuza podría haber aprendido tácticas más novedosas que asustar a las viejecitas con la conspiración judeo-masónica. Pero no. La panda de miserables corruptos que han impedido a este país levantar el vuelo ha resultado ser incompetente incluso para encontrar nuevas formas de someter al pueblo.

  Ahora, ante la novedad de un escenario que no se esperaban, salen con el cuento del bipartidismo, con que el “quítate tú pá ponerme yo” es la única forma para la estabilidad del sistema. No se les ha ocurrido pensar –o sí lo han pensado, pero se cuidan mucho de decirlo- que no queremos que este sistema tenga estabilidad, que preferimos que se hunda para poner en su lugar algo que quizá, sólo quizá, valga la pena.


  Yo soy antisistema. No lo sería en un país democrático, pero sí en España. No soy antisistema porque no crea que deba haber un sistema. Lo soy porque el sistema que nos ha tocado es una auténtica mierda. Estable y modélica, sí, pero una mierda.

Aviso a Navegantes

El humor es signo de inteligencia. Si eres tan estúpido como para sentirte ofendido permíteme recordarte que este es un blog de opinión, cargado de sarcasmo, sátira, mala leche y, espero, de humor; fino o grueso, pero humor. Ni pretendo ni quiero convertirme en fuente de la verdad absoluta –aunque lo sea-, por lo que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. O no.


Si quieres decirme algo en privado, usa la sección de contacto. Si quieres decirme algo en público, escribe un comentario o siente libre de criticarme en cualquier otro medio. Si lo que escribo te deprime o mancilla tu honor, compra clonazepán o cannabis, o átate una piedra al cuello y busca un puente. O mejor: hazte emo y vete por ahí a llorar tus desgracias. No te cortes.

Re-capitulando

Bueno, aquí estamos. Tras un mes peleando con la versión gratuita de wordpress y aprovechando que llevaba pocas entradas, he decidido dar carpetazo a mi antiguo blog y mudarme directamente a Blogger.

Iré re-subiendo las entradas más interesantes y escribiendo otras nuevas.

Empiezo reeditando la primera entrada para indicar que este es un blog personal que me animaron a escribir mis colegas, los mismos que me pican con la mierda del mundo actual hasta hacerme soltar el rollo. Los cabrones querían que mis paridas queden por escrito. Y es que les gusta tirar de hemeroteca para tocarme los huevos.